Era 18 de octubre en los Juegos Olímpicos de México 1968, las competencias se llevaban a cabo en el Estadio Olímpico Universitario, nadie ahí sabía que iba a presenciar historia en la final de salto de longitud. En su primer intento, Bob Beamon de los Estados Unidos llegó al final de la fosa de arena, haciendo aún más épico lo que se iba a anunciar después.
Con ayuda de cintas métricas, los jueces determinaron la distancia oficial: 8.90m para Beamon, registro que destruía por 55 centímetros el anterior récord del mundo. El estadounidense al no conocer bien el sistema métrico no dimensionaba lo que el locutor estaba diciendo, y no fue hasta que su entrenador le dijo que había roto la plusmarca mundial por más de dos pies que reaccionó a lo que realizó.
Bob Beamon sufrió un pequeño ataque de cataplejía provocado por el shock emocional y solo volvió a saltar una vez más, registrando 8.04m. Él sabía que el oro ya lo tenía, por lo que no había necesidad de regresar a la competencia.
Previo al salto histórico, el récord se había roto 13 veces desde 1901, teniendo un aumento en promedio de 6cm. Definitivamente lo hecho por Bob Beamon fue algo de otro mundo. De hecho, la revista Sports Illustrated lo catalogó como uno de los mejores cinco momentos deportivos del Siglo XX. Además, se acuñó en la jerga deportiva el término «Beamonesque» para señalar una hazaña espectacular.
¿Cuándo se rompió la marca de 8.90m?
Tuvieron que pasar 23 años para que el registro fuera superado, y justo fue por otro estadounidense: Mike Powell, quien en el campeonato mundial de atletismo Tokio 1991 saltó 8.95m. Actualmente, este registró sigue sin ser superado y parece que pasará mucho tiempo para que suceda. Mientras el salto de Beamon sigue siendo el récord olímpico, ya que nadie dentro de unos Juegos Olímpicos ha saltado mayor distancia que él.